Un dia llegué a la conclusión de que desear algo no iba a ser beneficioso para mi vida. Ya me estaba empezando a dar miedo que todo lo que pidiera se cumpliera, porque al final siempre terminaba entendiendo que, una vez más, no era por ahí. Y aunque seguía sin saber por dónde sí, estaba segura de que por ahí, si se cumplía, una vez más no era.
Ya miraba con desconfianza el deseo, incluso trataba de repensar mil veces lo que quería, para ver si esta vez, si se cumplía tal como lo imaginaba, al fin sería lo correcto. El último deseo que se cumplió fue uno que lancé al universo una vez, cuando trabajaba muchas horas y era una mamá luchona. Me acuerdo clarito que, desbordada por el trabajo hasta altas horas de la madrugada, afirmaba: “Qué lindo sería que alguien me mantenga y quedarme en mi casa”. En fin, lo repetí en distintas formas, escenarios y con diferentes frases, aunque el mensaje siempre era el mismo. Y, el universo, obró.
Años después se dio la posibilidad de que yo dejara de trabajar en la Policía de la Ciudad y me ocupara del hogar. Como siempre, había un pequeño detalle que en el pedido al universo no había tenido en cuenta: pasé a ser ama de casa de dos casas en vez de una, ya que mi relación amorosa estaba organizada en casas separadas. Mi hijo, yo y nuestras tres mascotas por un lado; mi concubino y yo, con otras cuatro mascotas, por el otro. Lo bueno era que las dos casas quedaban a dos cuadras de distancia, pero lo cierto es que ninguna reunía las condiciones para que nos mudáramos juntos.
En ese momento, una vez más, mi vida se volvió a desafiar. Primero, porque nunca había sido ama de casa, ni siquiera de una sola casa. Y segundo, porque tenía un TOC con el orden y la limpieza que ya se había vuelto una molestia.
Encima de todo, ahora había que hacer todo por dos. Al final, esto no se sentía en absoluto como lo había imaginado cuando pensaba en ese sueño. Aunque, comprendiendo mejor todo, creo que nunca pensé realmente en cómo se sentiría eso que pedía; solo lo pedí con mi mente, que creía que sería mejor que lo que estaba viviendo en ese momento.
Me acuerdo que pensé: ¿qué pedí yo? Claro, pedí eso: ser ama de casa. Y ahora me imaginaba al universo mirándome con cierta ofuscación, orgulloso de haber sido abundante en su respuesta y yo, una malagradecida porque no me gustaba ser ama de casa de dos hogares.
Todo esto me hizo acordar a una película que había visto: Al diablo con el diablo. Se trataba de algo parecido: el protagonista pedía siempre un deseo para estar con la mujer que amaba. En todos esos deseos buscaba la imagen perfecta que tenía en su cabeza, pero al cumplirse, siempre había detalles que no había tenido en cuenta, y al final era infeliz.
Literalmente, como el deseo que se me cumplió a mí. Así que, mientras recordaba la película, empecé a googlear cómo había terminado, porque —oh, casualidad— no me acordaba. Con tantos experimentos mentales que he hecho, llego a la conclusión de que mi mente retorcida me esconde cosas.
Volviendo al final de la película: cuando el protagonista pide con todo el corazón y de la forma más vulnerable posible que la persona que ama sea feliz, con o sin él, se ve cómo, al enfocarse en algo tan intrínseco, invisible y más bien efímero como es desear la felicidad del otro pese a todo, se le presenta el final más hermoso, inesperado y mágico posible.
Eso me hizo darme cuenta de que sería mucho más beneficioso empezar a desear algo y convivir ahora con la posibilidad real de que sí suceda. Pensar en los sentimientos que me gustaría experimentar, en las emociones que me gustaría vivenciar. Y, al final, declarar que ese deseo sea para el mayor bien de todos los involucrados. Y ahora sí, desde este enfoque, estoy segura de que nada podría salir mal.
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