Los clicks mentales que revelan las promesas incumplidas.
Me empezó a hacer mucho ruido algo que me pasaba más seguido de lo que me hubiese gustado:
Cada vez que alguien me decía “te voy a hacer un regalo”, y ese regalo no llegaba, me generaba ansiedad.
Me preocupaba. Me enojaba.
Y no es que fuera una vez. Era un patrón.
Bastante habitual entre las personas que frecuentaba.
Esa dinámica no me gustaba.
Pero ahí me quedaba: esperándolo.
Y aunque otros regalos llegaran en el camino, mi frustración seguía enfocada en esas promesas incumplidas.
Lo no recibido dolía más que lo recibido.
Entonces empecé a indagar.
Me pregunté:
¿Qué me pasa a mí por dentro cuando otros prometen algo y no lo cumplen?
Y después de muchas charlas internas, de escribir, de observar, lo entendí.
En ese descubrimiento supe que este patrón tan constante dejaría de repetirse al tomar consciencia de lo que realmente estaba ocurriendo.
Todo eso formaba parte de un pasado bien antiguo.
Anécdotas viejas. Promesas que, parece, no se cumplieron.
Pero que condicionaron mi manera de moverme y de esperar de los demás.
Modelaron una parte de mi autoestima según la escala de frustración impuesta por esa expectativa.
Y, ¿sabés qué?
No me hizo falta identificar si fue mamá, papá, el clan o alguna versión infantil de mí misma la que quedó esperando una promesa que nunca se cumplió.
No necesité saber con nombre y apellido quién me falló, ni quién le falló a mis ancestros.
Lo que pude ver —lo que realmente pude ver— es que todo eso era simplemente causa y efecto.
Creencias heredadas.
Pensamientos alimentados por el miedo.
Un patrón habitual que se repetía constantemente.
El gran clic mental fue cuando pude suspirar… y saberse entera.
Ese fue mi momento “ajá”.
Me descubrí completa.
Una extremidad de Dios.
Y desde ahí, nada ni nadie podía hacerme sentir fragmentada.
Todo se me es dado en el momento perfecto.
Y en el reconocimiento de eso, pude disociarme del resto.
Poner en tela de juicio solo mi sistema de creencias.
Entender que las acciones de los demás no deben afectar mi bienestar emocional.
Entendí algo esencial para empezar a relacionarme distinto:
Lo prometido y no cumplido es todo de ellos.
Mi única responsabilidad es cómo elijo gestionar eso.
Esa es mi única tarea si vuelve a pasar.
Me acuerdo que escribí en ese momento una especie de decreto, cuando todavía me costaba soltar del todo:
“Pongo paz a esta situación. Algún día dejará de molestar.
O ni siquiera pensaré en ello.
Si alguien me debe algo, me lo pagará el universo. Siempre.”
Hoy lo leo desde otra conciencia.
Y me sonrío.
Porque debajo de ese escrito —como si no fuera mío, pero en mi propia letra— algo me dijo:
“Explorá la emoción y la situación en sí para entender cómo venís manejándote en la vida.”
Y eso fue lo que hice.
De hecho, hace poco alguien volvió a pedirme mi dirección porque “tenía que enviarme un regalo”.
Le pasé los datos sin pensar, como quien tira algo al río.
Y no le presté más atención.
Qué increíble.
Recién ahora me acuerdo de eso, mientras escribo esto.
De hecho puedo afirmar algo: esas situaciones, ahora que han perdido mi atención completa, dejaron de existir en mi mundo material.
Por el contrario, solo existen sorpresas.
Nadie promete nada. Y la verdad es que eso… es disfrutable.
Estoy segura de algo:
Este formato nuevo de realidad me lo creé yo aquella vez que decidí conscientemente qué experiencias sí quería vivir.
Ojalá este relato te sirva tanto como me sirvió a mí descubrirlo.
Podés usar este ejemplo con cualquier situación que se te venga a la mente.
Porque al final, el camino al bienestar siempre es hacia adentro.
Abrazos de luz.
Comentá si tenés ganas.
Nos vemos por acá 🌿
PD: Ah, me olvidaba…
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“Uf… incontables veces, de chica, me prometieron regalos que nunca llegaron.
De grande, no me pasa tanto, pero ese sentimiento de espera sigue siendo insaciable.
Me suele pasar en fechas especiales, pienso que quienes me rodean sabrán lo que me gusta, que me van a sorprender con eso que tanto deseo.
Y aunque muchas veces eso no ocurre, con el tiempo entendí que los regalos se transforman en otra cosa…
En símbolos, en gestos. Representan lo que creen que soy, cómo me ven. Y ahí también hay un regalo.”
Gracias por compartir este pedacito de vida que, estoy segura, puede ayudar a muchos a reencontrar su norte.
Es tal cual lo decís: a veces los regalos llegan disfrazados de otra cosa.
Me encantó el foco que le diste.
Esto, para mí, es aprender a ver lo sutil. Y es hermoso.