¿Y si no “sos así”?
¿Sos de esas personas que creen que “son así” porque así las criaron?
¿Pensás que no podés cambiar porque siempre te manejaste igual?
¿Y escuchaste alguna vez que la inteligencia emocional sirve para vivir, crear, amar y sostener lo que querés?
Te hago estas preguntas porque, si estás intentando lograr algo poderoso con tu vida, lo que sigue tal vez te ayude.
Y como sabés que me encanta contar historias… te lo voy a contar a través de una mía.
Un día cualquiera que no fue tan cualquiera
Había decidido hacer de ese día algo estructurado y productivo.
Tenía la agenda organizada para no procrastinar.
Quería aprovechar el tiempo, como nos enseñaron, como nos exigimos.
Pero el universo tenía otros planes.
Una tormenta. Llamadas que no se concretaban.
Todo lo que había dispuesto se fue cayendo cosa tras otra.
Y entonces, esa sensación conocida apareció:
la de cuando las cosas no salen como las planeaste.
Después de estar muchísimo en el teléfono, con esa musiquita en espera que solo genera más tensión…
justo cuando iba a hablar con una persona real, ¡se cortó la llamada!
Y exploté.
“¡Nooo… se cortó Dios! ¿Por qué me pasa esto a mí?”
Viejos reflejos, nuevas decisiones
Quizá exageré, sí.
Pero eran las 2 de la tarde, no había desayunado, y mi día se venía desmoronando.
Sin embargo, algo distinto pasó:
Miré por la ventana, vi la lluvia caer con calma…
y llegó la aceptación.
Solo me quedé ahí. Siendo. Viviendolo.
Todavía no logro controlar del todo lo que se refleja en mi cara cuando algo no me gusta.
Pero hoy soy más consciente.
Recuerdo cuando mis enojos me hacían perder estabilidad.
Sentía calor en la cara, en las orejas.
Se me nublaba la visión.
Al principio podía darme cuenta… pero no sabía cómo cambiarlo.
Con el tiempo, empezó a disminuir.
Gracias a todo el trabajo interior que hice,
hoy puedo gestionar lo que antes me dominaba.
¿Sabés qué hago hoy cuando algo no sale?
Apoyo el teléfono con suavidad sobre la mesa.
Pongo las manos al costado.
Y respiro.
Y me felicito.
Porque antes yo revoleaba cosas contra la pared.
En mi casa, el enojo se manifestaba así.
Platos, vasos, juguetes.
Por eso lo adopté. Lo imité. Lo repetí.
Hasta que entendí que no quería vivir más así.
Recuerdo la culpa que venía después.
Ese “ya está hecho” que no se podía deshacer.
Ese ciclo en el que culpa y reacción iban de la mano.
Hoy miro atrás y no lo puedo creer.
Lo que nadie ve
Todavía convivo con personas que conocieron mi “yo anterior”.
A veces, sus ojos me miran como si todavía fuera esa versión.
Y eso puede que a esa parte que es todo mente le duela.
Porque nadie más que vos sabe el esfuerzo que estás haciendo por cambiar.
Por eso:
Primero no te lo tomes personal y segundo.
No esperes el reconocimiento de nadie más que vos.
Hacelo por vos.
No va a salir todo bien a la primera.
Pero de eso se trata:
de ir eligiendo cada día el camino que querés seguir.
Y avanzar.
Con paciencia. Con constancia. Con compromiso.
Hoy me miro y me felicito
Miro atrás y veo las cosas que hacía.
Y me tengo compasión.
Estoy haciendo un camino increíble.
Y me estoy convirtiendo en alguien que jamás imaginé que podía ser.
Me voy a tropezar, sí.
Voy a tener más por mejorar. También.
Pero cada desafío superado me hace más saludable, más presente, más entera.
Un mensaje para vos
Estás haciendo lo mejor que podés.
Y si hoy lograste algo —por más mínimo que sea— es tuyo.
Y es un montón.
Festejate.
Decite que sos un guerrero.
Que podés crear magia en cualquier lugar.
Porque eso estás haciendo.
Si yo hubiera sabido antes que se podía transformar una personalidad, lo habría hecho.
Pero todo llega cuando estamos listos.
Y en esa aceptación, hoy puedo ver magia.
No reniego de lo que fui.
Porque eso me permitió desaprender lo que no me servía
y descubrir todo lo que sí soy hoy.
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