Una de mis grandes sombras ha sido mi mentalidad carente, impuesta trascendentalmente, y aceptar eso e integrarlo ha sido un desafío elocuente. Darse cuenta uno de que tiene la mente bien pobre es el primer estadio del triunfo para esa posibilidad en este mundo.

Abrazar a mi mentalidad limitante y agradecerle toda la instrucción que estoy recibiendo de ella, para transformar todo esto en una gran fortaleza que me abre las puertas a recordar lo que ya era cuando llegué a este mundo y que fui olvidando mientras avanzaba, es mi gran Goliat. Y cómo lloré cuando me di cuenta.

Pero lloré de emoción, no de angustia. Fue como si, de repente, cada cosa encajara en su lugar como en un Tetris, y entendí ahí por qué había que andar por cada sitio que no conocía.

Entendí por qué debía pasar por la experiencia que sea, para terminar de interpretar que solo vivía la vida diseñada por una mente que pensaba pensamientos pobres.

Limitantes como ellos solos: que es difícil hacer plata, que hay que tener mucha plata para vivir mejor y pagar todo, que hay que hacer de todo hasta el cansancio, que hay que generar algo que me haga tener ingresos para poder dedicarme a la vida que merezco, y tantos etcéteras más que solo estaban enfocados en una parte de la historia. Porque no lo era todo, simplemente eso.

Había que empezar a diagramar un mundo interno acorde a lo que se quería experimentar, y para eso hizo falta solo empezar a sentirme y conectarme con la vida entera.

Con ganas de sanarme, de resignificar mis historias, de perdonar y perdonarme. Ganas de autocuidarme y tratarme con respeto, a mí, por delante de todo.

Validarme, valorarme, darme gotitas de amor propio y, desde ese lugar, con la consciencia de un adulto responsable, empezar a crear mis hábitos beneficiosos, esos que me harían vivenciar la vida en plenitud como esté ahora, en este momento, pese a todo. Claro que con los recursos que se tuvieran, pero te juro que para sentirse bien uno no necesita gastar tanto en tantas cosas.

Y luego, ya en ese camino, caminando, me di cuenta de que adentro mío sentía riqueza. Una riqueza silenciosa, que no necesitaba compartir con nadie, no había que contársela a nadie, no había que explicársela a nadie. Era mía, en el silencio de la majestuosa dicha que daba vivir esta riqueza, sin mucha explicación tangible ni mucha estrategia. Solo era.

La riqueza, digo, solo era yo, simplemente respirando en esta tierra, así, toda regenerada y devuelta, enraizada con la Madre Tierra. Y desde ahí, desde ese lugar, no hubo más que sensación de bienestar y plenitud total. Desde ahí, solo hubo disfrute, y todo, en absoluto, me pareció perfecto y oportuno.

Todos los desafíos que aparecerían a esta altura solo serían más de esa posibilidad de conectarme con mi yo más evolucionado y profundo. No fue todo en línea ascendente; por el contrario, fue un espiral que me fue conectando al centro, donde yace la prosperidad que lo es todo.

Desde ese lugar mágico y tan cuántico como milagroso, solo puede devolverse a la vista de unos ojos limitantes físicos lo mismo que hasta ahora ha sido uno capaz de sentir. Y la forma material es lo más divertido, porque de eso se encarga ese que mueve los hilos, y si lo dejamos jugar, hace con nuestras vidas películas más mágicas que las de Spielberg.

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